Planicies de Ur, Irak, 6 de marzo de 2021 (AP).— El papa Francisco atravesó un estrecho pasillo en Najaf, la ciudad sagrada de Irak, para una histórica reunión con el principal clérigo chií del país y, entre ambos, emitieron un poderoso mensaje de coexistencia pacífica en un país que todavía se tambalea por conflictos continuos en la última década.
En un gesto tan sencillo como profundo, el gran ayatolá Ali al-Sistani recibió a Francisco en su austera casa, tras lo cual dijo que las las autoridades religiosas deben proteger a los cristianos de Irak y que los cristianos deben vivir en paz y disfrutar de los mismos derechos que los demás iraquíes.
El Vaticano dijo que Francisco agradeció a al-Sistani por haber “alzado la voz en defensa de los más débiles y perseguidos” durante algunos de los momentos más violentos de la historia reciente de Irak.
Al-Sistani, de 90 años, es uno de los clérigos más importantes del Islam chií y sus escasas pero poderosas intervenciones políticas han ayudado a dar forma al Irak actual.
Es una figura profundamente venerada en Irak, un país de mayoría chií, y los chiíes de todo el mundo buscan sus opiniones sobre cuestiones religiosas y de otro tipo.
Horas después, el papa se reunió con líderes religiosos iraquíes a la sombra de un símbolo del pasado antiguo del país: el zigurat de 6.000 años de antigüedad en la planicie de Ur, también el lugar de nacimiento tradicional de Abraham, el patriarca bíblico venerado por judíos, cristianos y musulmanes.
Dichas reuniones interreligiosas son comunes en los viajes internacionales de Francisco. Pero en Irak, devastado por los conflictos, las reuniones televisadas de personalidades de todo el espectro religioso del país prácticamente son inauditas: desde musulmanes chiíes hasta suníes y cristianos, yazidíes y zoroastrianos, y las religiones más pequeñas y menos conocidas, antiguas y esotéricas como los kaikai, una secta entre los kurdos étnicos.
En la imagen faltó un representante de la alguna vez floreciente, y ahora prácticamente diezmada, comunidad judía, aunque sí fueron invitados, indicó el Vaticano.
Los dos principales eventos del día dieron un impulso simbólico y práctico al centro del mensaje de la visita de Francisco, pidiendo que Irak aceptara su diversidad. Es un mensaje que el pontífice espera que pueda preservar el lugar de la menguante población cristiana en la rica complejidad.
Aun así, será complicado de hacerlo aceptar en un país en donde cada comunidad ha sido traumatizada por matanzas y discriminación sectarias y en donde los políticos han vinculado su poder a los intereses sectarios.
En al-Sistani, Francisco buscó ayuda de una figura ascética y respetada que está inmersa en esas identidades sectarias, pero también es una poderosa voz sobre ellos.
La reunión en la humilde casa de al-Sistani, la primera en la historia entre un papa y un gran ayatolá, tardó meses en prepararse, con cada detalle minuciosamente analizado y negociado de antemano.
Momentos antes el sábado, el pontífice de 84 años llegó en un Mercedes-Benz a prueba de balas a la calle Rasool de Najaf, estrecha y bordeada de columnas y que culmina en el santuario Imam Ali, de cúpula dorada, uno de los lugares más venerados en el islam chií. Luego caminó los pocos metros (yardas) hasta la casa de al-Sistani.
Cuando Francisco entró por la puerta, portando mascarilla, se liberaron algunas palomas blancas en señal de paz. Salió poco menos de una hora después, todavía cojeando por un aparente brote de dolor en el nervio ciático que le dificultaba caminar.
La reunión duró un total de 40 minutos y fue “muy positiva”, dijo un funcionario religioso en Nayaf, quien habló bajo condición de anonimato porque no estaba autorizado a hablar con los medios.