Washington, 23 de octubre de 2020 (AP).— El segundo y último cara a cara entre los aspirantes a la presidencia de Estados Unidos resultó ser realmente un debate, un breve intervalo de normalidad en un año totalmente atípico y un respiro para los votantes desanimados por el tóxico primer enfrentamiento entre los dos líderes.
El presidente, Donald Trump, y el aspirante demócrata, Joe Biden, pasaron 90 minutos el jueves debatiendo sobre su enfoque acerca de la pandemia del coronavirus, el futuro del sistema de salud estadounidense y quien es el mejor posicionado para aliviar las tensiones nucleares con Corea del Norte.
Hubo intercambios acalorados, pero muchas menos interrupciones que las que hicieron del primero algo casi imposible de ver.
El botón para silenciar los micrófonos ordenado por la comisión organizadora ayudó a imponer el decoro, allanando el camino para que Trump y Biden presentaran sus argumentos finales a la nación a menos de dos semanas de la cita con las urnas.
Ambos afirmaron con orgullo durante toda la campaña que sus visiones del país tienen poco en común, algo que quedó muy claro el jueves.
El presidente llegó al debate con la necesidad de provocar un cambio en la carrera, dado de las encuestas publicadas lo colocan desde hace semanas por detrás de su rival tanto a nivel nacional como en algunos estados indecisos claves.
Pero con cerca de 50 millones de boletas ya emitidas por el voto anticipado y las opiniones sobre él enquistadas entre los electores desde hace tiempo, parece improbable que un debate más civilizado pueda recalibrar por sí solo la contienda.
Trump ha luchado durante todo el año para cambiar el panorama político, incapaz de convencer a los estadounidenses de que deben mirar más allá de una pandemia que ha matado a más de 225.000 compatriotas e infectó a más de 8 millones.
En su lugar, se ha visto afectado por las valoraciones extremadamente negativas de su gestión de la crisis, incluyendo su propio positivo por COVID-19 a principios de mes.
El presidente pasó unos días hospitalizado y regresó de inmediato a la campaña para participar en mítines con pocas mascarillas y ninguna intención de respetar la distancia social.
Trump, quien fue el que más interrumpió y el más agresivo en el primer debate, insistió el jueves en que hay que “aprender a vivir” con el virus y sugirió que su rival dañaría la economía al tomar medidas drásticas para cerrar el país.
Biden advirtió que la nación se encamina hacia “un oscuro invierno”, con un aumento de los casos al tiempo que llega el frío y más actividades pasan a ser en espacios cerrados, donde el virus se propaga con más rapidez.
“Cualquiera que sea responsable de tantas muertes no debería seguir siendo presidente de Estados Unidos”, afirmó Biden. “Yo terminaré con esto. Me aseguraré de que tenemos un plan”.
Algunos de los asesores y aliados de Trump le habían sugerido antes del debate que adoptase un enfoque más tradicional, centrándose menos en atacar a Biden y más en destacar sus contradicciones políticas. Pocos esperaban que realmente fuese a tomar ese consejo.
Y aunque se mostró más comedido que en el primer cara a cara, sus impulsos más controvertidos salieron a relucir en algunas ocasiones.
Sus respuestas estuvieron a menudo llenas de falsedades, desde su descripción de las proyecciones iniciales de fallecidos por COVID-19 a sus afirmaciones de los riesgos que suponen las turbinas eólicas para los pájaros.
Además, el presidente hizo constantes referencias a denuncias no verificadas de corrupción contra el hijo de Biden, Hunter, por sus negocios en Ucrania y China.
En los últimos días, la campaña de Trump dijo que tenía previsto hacer de las acusaciones contra Hunter Biden el centro de su llamada al voto final.
En las horas previas al debate, la campaña orquestó una aparición en los medios de un hombre que dice ser uno de los socios del hijo del candidato demócrata — un intento de crear el tipo de drama televisivo que le funcionó a Trump en 2016 contra Hillary Clinton.
Pero Biden no es Clinton, una candidata que a muchos les despertaba un rechazo que rivalizaba con el de Trump, y los esfuerzos de la campaña del presidente para presentarlo como un político corrupto y ávido de dinero no parecen tener repercusión más allá de la base de Trump.
En todo caso, los intentos de Trump por presentar sus acusaciones ante una audiencia más amplia durante el debate solo parecieron ir en su contra en algunos momentos.
Tras afirmar sin pruebas que Biden ha recibido dinero de gobiernos extranjeros, el exvicepresidente destacó que sus finanzas están detalladas en los más de 20 años de registros fiscales que ha hecho públicos.
Trump se ha negado a revelar sus declaraciones de impuestos, insistiendo en que no puede hacerlo mientras está siendo auditado por el Servicio de Impuestos Internos.
Para algunos republicanos frustrados, los intercambios sobre Hunter Biden fueron un excelente ejemplo de lo que ha puesto a Trump en peligro de perder en noviembre: una campaña que todavía parece estar buscando un mensaje claro y un enfoque para enfrentarse al aspirante demócrata a apenas unos días de los comicios.
“Tirarlo todo contra la pared para ver qué se pega era una buena estrategia hace seis meses, pero lo siguen haciendo a 12 días de las elecciones y con 40 millones de votos ya presentados”, dijo Erick Erickson, un escritor conservador.
El número real de boletas ya emitidos es incluso mayor: cuando Trump y Biden subieron al escenario del debate, más de 47 millones de electores ya habían enviado su voto.